Personajes pueblerinos



En todos los pueblos y ciudades existen y han existido siempre personajes que son como parte de nuestro entorno en la vida cotidiana. Esto, desde luego, es más notorio en las poblaciones pequeñas dado que en estos lugares, por ser pequeños, todos los habitantes se conocen entre sí.

Casi siempre al hablar de las personas destacadas de nuestro pueblo nos enfocamos en aquellas que han sobresalido y han sido reconocidas en el ámbito nacional y, por qué no, hasta en el internacional como pudiera ser el caso de cantantes, compositores, pintores, investigadores etc., pero también, casi siempre, nos olvidamos de esos pintorescos personajes que son parte del paisaje pueblerino. Personajes de carne y hueso que también tienen su propia historia, —muy pocas veces contada y las más olvidada—, que muere con ellos cuando se nos adelantan en el viaje sin retorno.

De estos personajes es de quien quiero hablarles ahora. Porque cada pueblo tiene su loco,
su invidente o su borrachín ingenioso, entre otros...

De mi lejana infancia recuerdo a algunos de estos personajes de los cuales algunos me daban miedo, otros me daban tristeza y otros me hacían reír con sus ocurrencias y su agudo ingenio. Tal es el caso de Nico “La agonía”. Irónico borrachín, filósofo y poeta (como todos cuando “empinamos el codo”) que no era un iletrado. Por el contrario, tenía cierta preparación ya que en su juventud había sido seminarista. Desconozco la razón por la que dejó el seminario pero seguramente le dio por degustar con demasiada frecuencia el vino de consagrar. Lo cierto es que recuerdo sólo algunas de sus frases célebres como aquella que decía: “Dicen que el tiempo es oro, a ver, que te pongan unos dientes de tiempo”. O esta otra: “Hace rato me encontré a “fulano” y me dijo: si no dejas de beber te doy un balazo. Y yo le dije: ¡humm!, hace rato me daban tres y no los quise”.

Filósofo y poeta como era Nico, él mismo contaba que en cierta ocasión, estando con su novia a las orillas del pueblo en una noche de plenilunio, “quédome yo –contaba- arrobado con la belleza de la luna y comencé a recitarle tiernos y selenitas versos a mi dama, pero la interfecta no me escuchó más de dos; cortó mi etílica inspiración y me aterrizó de súpito diciéndome: “déjate de pendejadas y agárrame “las chícharas”.

Cierto o no, él contaba con mucho sabor esta anécdota personal entre trago y trago,  para terminar cantando invariablemente aquella que dice: “cuando la luna se pone re grandota…”.

De algunos de estos personajes recuerdo muy poco.

Le llamaban “Rubio” y no sé por qué ya que este hombre era bastante moreno (tal vez por eso). El caso es que era éste un hombre de algunos 60 años, al que sus familiares tenían siempre encerrado porque, según ellos decían, no estaba bien de sus facultades mentales. Pero cuando lograba escaparse de su encierro, se armaba el alboroto en el pueblo porque se paseaba por las calles completamente desnudo. A todos nos encerraban en nuestras casas pero no por miedo a que nos hiciera daño, sino únicamente para que los niños no contempláramos el espectáculo. Rubio era completamente inofensivo y lo único que hacía en sus escapadas era caminar por las calles sin parar, diciendo entre dientes frases ininteligibles para el resto de los mortales.

Bueno, creo que para no aburrirles ni hacerles tediosa la lectura, hasta aquí la dejamos por hoy, pero ya les seguiré contando de otros personajes que recuerdo.

Si ustedes quieren desempolvar los recuerdos y compartirnos alguna anécdota de algún personaje de su localidad, recuerden que en este blog siempre habrá un espacio donde podrán colgar ese viejo retrato de algún personaje olvidado, para que vuelva a vivir en nuestro imaginario.

Un saludo.

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